Por Marcos Calligaris
La mañana es helada. Es mucho más que una obviedad si se trata del mes de febrero en Cracovia. Camino por las calles de lo que fuera el gueto judío y su estilo me recuerda a las casas que rodean el Mercado Norte cordobés. Caigo en la cuenta de que esa zona infravalorada de Córdoba es acaso una de las últimas que expone caprichosa su berretín europeo en La Docta. “Dzień dobry”, alguien me da los buenos días en polaco y me traslada nuevamente a más de 12 mil kilómetros de Argentina.
Camino. La escarcha y la nieve dominan el paisaje de esta pintoresca ciudad que fuera por tanto tiempo capital polaca y donde la cultura, el arte y los centros científicos todavía hacen que muchos la consideren el corazón de Polonia.
El centro histórico de Cracovia fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y junto al río Vístula -que lo atraviesa de punta a punta- conforma un exquisito y atrayente destino para los turistas que se largan a recorrer los místicos laberintos de la Europa oriental. Sin embargo, es importante recalcar que una de las principales atracciones turísticas de Cracovia, no es Cracovia en sí, sino un campo de concentración que tiene como vecino.
Hablo de Auschwitz, el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, donde se calcula fueron asesinadas no menos de 1,3 millones de personas.
Auschwitz, está situado a unos 60 Km. al oeste de Cracovia, y el viaje no toma más de una hora y media, si el tráfico es benévolo.
Pero la intención no es hablar de Cracovia, ni hablar de las atrocidades que se cometieron dentro del campo de concentración.
Me considero un abogado defensor de los detalles, de esos detalles que por lo general terminan estando más conectados de lo que uno cree con un todo. Por lo tanto en esta oportunidad voy a hablar simplemente de una letra.
Frío desolador, desolador frío
Si la mañana es helada en Cracovia, al llegar a Auschwitz, el panorama se agrava al sumarse un frío estremecedor que corre ineludiblemente por el alma; que a su vez converge con un ensordecedor silencio que domina el lugar y una niebla que genera un ambiente ceniciento. (Confieso que es contexto cercano a la muerte me genera una extraña sensación, mezcla inexplicable de nostalgia, desconsuelo, morriña… Me hubiera gustado definirlo con el término portugués ‘saudade’.)
Ya he dejado pasar varios detalles antes de ingresar en Auschwitz, pero el siguiente no se me pasa.
‘ARBEIT MACHT FREI’ es el eslogan que reza el pórtico de entrada al campo de concentración. Con este mensaje -que en alemán significa “El trabajo libera”, eran recibidos los deportados por las fuerzas SS que custodiaban el centro durante el periodo de funcionamiento, desde su apertura en mayo de 1940 hasta el 27 de enero de 1945.
Esta frase es atribuida a Rudolf Franz Ferdinand Höß, un oficial nazi miembro de las Schutzstaffel (SS) y las Waffen-SS con el rango de SS-Obersturmbannführer, y quien fuera comandante del mismísimo campo de concentración Auschwitz.
Antes de llegar a ser comandante en este enclave polaco, Rudolf Höß, había sido prisionero durante la República de Weimar y sostenía que haber realizado “trabajo doméstico” o forzado, lo había ayudado a sobrellevar la dura experiencia.
De todos modos este eslogan se repitió en diversos campos de concentración de Alemania y hasta incluso en edificios públicos. El término, desde la perspectiva nazi, constituía una especie de declaración mística en la cual “el auto-sacrificio puesto en práctica como trabajo sin fin, conlleva en sí mismo a una suerte de liberación espiritual.”(1)
Y el papel de Höß en esta historia fue haber sido quien decidió colocarlo en la entrada misma de Auschwitz 1, el campo principal.
Cerca de develar el misterio
Ha sido necesario contextualizar un poco, hablar de generalidades, pero lo dije al principio, mi intención es llegar a un detalle, a una letra. Continúo entonces.
Algo extraño hay en esa frase. ‘ARBEIT MACHT FREI’. La miro desde lejos, la miro mientras me acerco, la miro mientras paso por debajo. Ya sé –pienso- estoy entrando a Auschwitz, ese lugar parangonado tantas veces con el mismísimo infierno, debe ser eso. No.
Pero sé que estoy muy cerca, me llama la atención algo más, la tipografía. Frente a mis ojos hay algo que descifrar.
¡Finalmente lo percibo! ¡Sí! Es la palabra ‘ARBEIT’, Allí la letra “B” está invertida. La “pancita” de la misma es más ancha arriba que abajo, inversamente a la manera como la he visto escrita desde mi niñez. De todos los campos de concentración donde los alemanes han escrito este lema, el de Auschwitz 1 es el único que cuenta con esa particularidad. Y el mundo de los símbolos es demasiado complejo, tan enmarañado que en esta ocasión me rehúso a creer en el azar, o en una simple variación tipográfica sin sentido.
Auschwitz me genera miles de sensaciones al recorrerlo, los detalles afloran como abejas merodeando cientos de panales, y quizás en algún momento me concentre en pronunciarme sobre alguno de ellos.
Pero quiero detenerme en esa “B”. Me obsesiona su por qué, y sé que es poco probable encontrarlo.
Luego me tranquiliza un poco notar que no soy el único en advertirlo. De hecho ya se han dilucidado algunas hipótesis sobre su significado.
Así entonces, me he visto coincidiendo a la distancia con Patricio Pinto, un blogger que desde Londres se asombra de haber comprobado a través de literatura sobre el nazismo, “cómo aspectos mínimos, corrientes y superfluos, adquieren una dimensión monstruosa, en el contexto abominable de deshumanización que tuvo lugar en estos campos.”
Pinto reflexiona primero, “en la cruel ironía del lema, ‘El Trabajo Libera’, dirigido a seres humanos que en gran medida murieron realizando trabajos forzados, sin casi comida y agua, y en unas condiciones sanitarias inexistentes, si es que no fueron asesinados directamente en cámaras de gas.” Y luego, trata de imaginarse “cómo la vista de estos prisioneros posiblemente se detenía en esta letra, primero con curiosidad, luego con indiferencia, y finalmente, con un profundo desconsuelo, al imaginar en esta letra torcida una cruel metáfora de una vida invertida, descolocada, sin significado, apretujada dentro en una frase grandilocuente que ya nada tiene que ver con la indignidad del trabajo inútil (…)”
Pero afirmé párrafos arriba, que el mundo de los símbolos es demasiado complejo. Y más allá del excelente valor metafórico y figurativo de esta última impresión, deseo darle lugar a otra versión más técnica, más escalofriante, más estremecedora.
La otra posibilidad
Recorriendo los pasillos del campo de concentración observo y llego a la conclusión de que el insecticida usado en las cámaras de gas de Auschwitz y otros lugares, se llamaba Zyklon B.
Luego de un recorrido por las frías cámaras de gas, puedo divisar miles de tarros oxidados con la marca Zyklon B. Esta última era la marca registrada de un insecticida a base de cianuro que se usó en la Alemania Nazi durante el Holocausto, para asesinar personas. También conocido como Cyclon B, la sustancia consistía en ácido cianhídrico (ácido prúsico), además de un estabilizador y un odorante de advertencia. Con este se impregnaban pequeñas bolas absorbentes, discos de fibra, o tierra de diatomeas. El mismo se almacenaba en envases herméticos y al contacto con el aire, producía cianuro de hidrógeno gaseoso. Producía, básicamente, la muerte instantánea de cualquier ser humano.
La mañana es helada y me quedé pensando entonces en el valor de un mero detalle que puede llegar a simbolizar el cambio de toda una realidad.
La mañana es helada y me quedé aprisionado en una B, pensando en que los símbolos están presentes al entrar y al salir de cada realidad. Sí, son como puertas y ventanas.
Me quedé pensando en cuántos símbolos vemos a cada momento y decimos, “no importa, es sólo un detalle…”
(1) Arbeit Macht Frei. Auschwitz Alphabet. The Ethical Spectacle. Retrieved on 2008-04-10.